Peluquerías y centros de estética, cerrados. Horas y horas en casa, sin maquillaje, sin corpiño y mucho menos tacos altos. Tampoco hay shoppings. ¿Sirvió la pandemia para mostrarnos cuánto gastamos en “vernos bien”? “Confinados y con menos contacto social, el consumo de estética ha disminuido. Pre pandemia estábamos más sometidas a producirnos y cargarnos de accesorios”, asegura la doctora Mirta Goldstein, psicoanalista y secretaria científica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

En un mundo dónde la imagen se compra y se vende en el supermercado –agrega–, la necesidad de cumplir atañe a todos los géneros: no es patrimonio de las mujeres. Coincide con ella la licenciada Patricia Alkolombre, psicoanalista y miembro titular de APA: “Hoy en día los patrones de belleza y de estética no son patrimonio exclusivo del género de las mujeres, como solía ser hace unos años. Es algo compartido también con los hombres”.

En este sentido, la licenciada Antonella D’Alessio, de la Red de Psicólogxs Feministas, hace una salvedad. “Al abordar este tema no hay que quedarse en el clásico binario: mujeres-hombres. En este caso hablamos de mujeres cis género argentinas; aquellas que fuimos identificadas como mujeres al nacer y seguimos identificándonos con ese género impuesto. Somos mujeres que solemos basar nuestra percepción de bueno o malo en función del tamaño de nuestro cuerpo, delgadez o altura”, apunta.https://5589c60c9bf8a0d81859b3239cfe3d46.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-37/html/container.html

La licenciada cuenta que lo sufrió en carne propia por su altura. “Siempre se rieron de mí. Vivo en un cuerpo de un 1,78 y me encontré con mucha crueldad. Quienes tenemos cuerpos que van por fuera de la norma sufrimos bullying. Esa pieza juega en nuestra psiquis y hace al armado de nuestra identidad”, asegura. Y agrega: “Los medios nos indican cosas que nuestra corporalidad tiene que incluir. Para eso hay que gastar fortunas en productos y tratamientos que mejoran la piel, la sonrisa…”.

Exigirle también a la billetera

Si “hacernos el color” puede costar entre 1.700 y 3.000 pesos en la peluquería y siempre que nos lavemos con el shampoo genérico… Si diez sesiones de depilación definitiva de pierna entera, sin cavado, rondan los 22.000 pesos… Si un tratamiento modelador de abdomen de seis sesiones no baja de los 19.000 pesos… ¿No gastamos demasiado las argentinas en vernos estéticamente bien?

Estar todo el día en casa repercutió mucho en lo que pago por verme bien. Dejé de taparme las canas en la peluquería y pasé a hacerme la tintura sola, con menos frecuencia. Además, con los negocios cerrados, este año no me compré nada nuevo de la temporada de invierno”, asegura Belén, que tiene 38 años, es instrumentadora quirúrgica y vive con su novio.

Algo similar le pasa a Mariela, que es maestra, acaba de cumplir 33 y tiene dos hijos. “Yo me hacía las manos cada veinte días y limpieza de cutis cada tres meses, con el cambio de estación. Desde que nos agarró la pandemia me pinto yo las uñas y no tuve chance de volver a la cosmetóloga. Me di cuenta de que no es grave. ¡Pero confieso que extraño!”, asegura, algo contrariada con la situación.

Paula tiene 42 y desde que empezó el confinamiento no va al estudio de abogados donde trabaja, en una torre de Puerto Madero. “Todos los años, entre abril y mayo, me compraba alguna cartera, un buen par de botas y camisas. Tengo que estar bien por el laburo y la ropa es parte fundamental. Es un must. Ahora que laburo desde casa y las reuniones del estudio son por zoom, ahorré como 15 mil pesos por mes con todo lo que no compré este invierno”, comenta. Además, reflexiona: “Estoy todo el día en Instagram mirando tendencias y cada tanto hay cosas que me tientan, pero no compro porque no tengo dónde, ni con quien usarlas. Creo que no las necesito.”

Hipoteca en pos de ¿qué?

Entonces, ¿vivimos presas de una imagen socialmente compartida que nos lleva a gastar más de lo que tenemos –podemos o deberíamos– en pos de vernos “bien”? ¿Para gustarle a quien? ¿A nosotras? ¿A ellos…? O simplemente para pertenecer a… ¿qué?

Las mujeres argentinas solemos gastar muchísimo dinero siguiendo un ideal. La industria de la belleza, el fitness y la indumentaria son muy poderosas a la hora de normalizar un solo modelo de mujer. El mensaje dice que si vos te querés reconocer dentro de ‘lo femenino’ y te querés llamar mujer, tenés que usar este zapato, este corte de pelo, aquella cartera… Y en ese sentido, el capitalismo se fortalece con ideas que el patriarcado vehiculiza de algún modo”, apunta la licenciada D’Alessio. “Romper con los estereotipos es clave para sentirnos con más agencia –dice en alusión al concepto que introdujo Judith Butler–: si la tengo desarrollada, puedo decidir por mÍ misma, ser más autodeterminada y más crítica frente a la influencia exterior”.

¿Cómo entra en juego la sororidad en este sentido? D’Alessio celebra que este concepto se vincule con el de nuestra imagen. “Siento que la sororidad debería empezar por una misma. A los cuerpos no hegemónicos siempre se les ha negado la posibilidad de amarse. ¿Cómo vamos a construir un vínculo amoroso con nosotras mismas si se nos dice que no somos deseables? ¿Cómo podemos ser sororas con nosotras mismas si se ríen de nosotras en la escuela, la calle o los espacios laborales?”, se pregunta. “Mi percepción nunca será muy sorora si nunca me explicaron que mi cuerpo es valioso por lo que es. No se nos enseña a querernos como somos. Se nos enseña a moldearnos para responder a ese ideal que imponen las películas, las series y las revistas”, concluye.

Algo más esperanzada con las batallas ganadas, la licenciada Alkolombre ve avances. “Actualmente hay prejuicios que se ubican en tensión entre los estereotipos tradicionales y las nuevas formas de expresión inclusivas. Hay corrientes de avanzada que toman en cuenta la diversidad a través de imágenes de mujeres que salen de lo establecido y de la perfección. Hoy en día hay una apuesta a la pluralidad que refleja lo único y diferente que tiene cada mujer”. Coincide, aunque con reparos, D’Alessio: “Empezamos un camino y lo aplaudo, pero todavía falta mucho por recorrer”.