Hoy, 24 de marzo, queremos destacar la importancia de la perspectiva de géneros en diálogo con la perspectiva de derechos para dimensionar los orígenes y alcances de los abusos sexuales perpetrados sobre los cuerpos de las mujeres en los planes de tortura.
El registro de la memoria colectiva es parte de la salud mental también colectiva, en tanto esa construcción identitaria es parte de un territorio y por ello una cuestión de todxs.
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Compartimos reflexiones sobre resultados de la investigación: GRIETAS EN EL SILENCIO, una investigación sobre la violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado:
Las agresiones sexuales producen efectos subjetivos traumáticos, daños a la salud física, además de embarazos no deseados. Cuando esta violencia sexual es perpetrada por agentes del Estado, los efectos psíquicos resultan aún más graves. Las agresiones sexuales se cometieron con la finalidad de castigar a las mujeres por su militancia y/o su asociación con familiares militantes y para intimidar o destruir su capacidad de compromiso social y político. Amenazar a los varones con violar a sus parejas o hijas fue un método utilizado para infundirles temor, obtener información y quebrarlos moralmente: la violencia sexual perpetrada hacia mujeres en Centros Clandestinos de Detención en presencia de varones, ya sean las parejas de las mujeres, sus padres o hijos, estuvo dirigida a quebrar el honor de aquél considerado “enemigo”.
Las mujeres militantes eran consideradas elementos transgresores altamente peligrosos, no sólo por su militancia contra el orden establecido, sino en tanto encarnaban una ruptura con los roles de género tradicionales.
Les militantes y detenides pertenecientes a organizaciones de la disidencia sexual fueron castigados doblemente por su orientación sexual o de género, que se consideraba una transgresión al orden social establecido por la dictadura en sí mismo.
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Hoy gritamos juntes: ¡EL SILENCIO NO ES SALUD! ¡NI OLVIDO NI PERDÓN!