¿Por qué? Porque muchas veces nos impiden elegir y otras nos hacen creen que estamos eligiendo pero en realidad son ellos, los mitos, disfrazados de deseos. Porque queremos elegir cómo andar nuestras vidas, porque no necesitamos ningún molde en el que entrar a la fuerza, “ningún título que cargar”, diría Susy Shock. Porque queremos vidas autónomas e historias singulares, ser dueñes de nuestras elecciones. Porque no queremos asociar más el “Ser mujeres” a la sumisión, a genitales determinados, a ser tranquilas o histéricas, infantiles y siempre potenciales madres, permanentemente enamoradas, dueñas de los secretos del hogar o con el título de “portadoras de una intuición” que nos permite cuidar como nadie más lo hace.

Cuando hace muchos años leí por primera vez sobre este concepto desde una perspectiva de género, fue para mí una verdad revelada. Las fichas empezaron a caer una a una, cobraron sentido incomodidades que percibía ante mandatos que parecían incuestionables, mi destino ineludible.

Desde ese momento, no puedo desprenderme de esta conceptualización, que me otorgó una explicación  al por qué de muchas injusticias y reglas incoherentes, además de servirme de motor para pensar la posibilidades de cambio: entender que no eran cuestiones naturales o mandatos divinos, sino que eran construcciones situadas socio-históricamente, que tuvieron un origen,  que benefician a un solo sector de la población, pero que a su vez pueden tener un fin.

Los mitos, esos modos por los cuales las sociedades catectizan[1] el mundo y las vidas, organizadores de sentido que instituyen aquello que hacemos, cómo pensamos, qué sentimos (Fernández, 1992)[2], qué valoramos como “lo bueno”, “lo exitoso”, “lo prohibido”, “lo malo”, “lo permitido”. Dispositivos de poder que disciplinan nuestras vidas (Fernández, 1992)[3].

Castoriadis nos habla del Imaginario social como universo de significaciones que instituyen una sociedad (Fernández, 1992)[4], que a su vez es inseparable del problema del poder. Simplificando mucho este concepto, pensemos en una “lista” de roles que una sociedad debe comprender para ser tal, por ejemplo, gente que produzca, gente que reproduzca, gente que cuide, gente que genere más gente, gente que domine y gente dominada, gente que le haga ganar dinero y poder a otra gente.

Entonces, imaginemos un mapa, con un listado de lugares a los que pueden o no pueden ir quienes encarnan cada uno de estos roles y otra lista con tareas que debe hacer cada une según el rol que tiene en esa sociedad. Ahora nos queda solamente justificar esas “listitas” para que nadie cuestione las tareas asignadas. Para eso se pueden considerar argumentaciones históricas, anatómicas, geográficas y hasta religiosas; lo importante es que estas tareas de la lista pasen de generación en generación y se repitan tantas veces que dejamos de pensar en el porqué o en el origen. Así lograr que olvidemos esas “listitas”, simplemente hacer porque ése es nuestro destino, ahí sí ¡está la tarea hecha! Tenemos un mito encarnado, gente cumpliendo con algo pensando que “es así”, “es natural”, “es lo que hay que hacer”.

Los mitos se hacen carne, con ese origen poco claro o desconocido, que pocas veces el contexto social permite cuestionarnos, pero que, aun así, repetimos incansablemente incluso cuando no sabemos por qué. Como si fuésemos una máquina de hacer lo que mandan los discursos de poder. ¡Pero atención con esto! Lo que llamo “discursos de poder” viene disfrazado de buena intención, suavizado y con estatuto de ideal. ¿Cómo aparecen? Desde las ciencias, los medios de comunicación, en espacios que habitamos cotidianamente, desde las instituciones. En fin, estos discursos los encontramos en muchos lugares que son valorados por la sociedad.

¿Y si no cumplimos con lo que los mitos plantean? Sutilmente, nos transformaremos en “personas en menos”, accederemos a menos derechos, seremos segregades, se cuestionará nuestro modo de ser y actuar (aunque estos cuestionamientos sean “por el bien social”). Por ejemplo cuando a una mujer cis de cierta edad se le pregunta por sus planes de “Ser madre” o estar en pareja con un varón; o a una mujer trans, por sobre cuándo se intervendrá quirúrgicamente o iniciará un tratamiento hormonal. Y si no lo hacen, la mirada acusatoria o de sospecha sobre ellas estará más fuertemente (porque la mirada acusatoria sobe las feminidades siempre está).

Los mitos se justifican con orígenes naturales, que hablan de esencia o de la biología que debería marcar nuestro destino. Originados en un sistema binario, cis hetero patriarcal, capitalista, eurocentrista y por supuesto, sostenidos por “El” varón hegemónico como medida de todas las cosas. Se actualizan, se modernizan y trascienden. Sus efectos muchas veces impiden el encuentro con nuestros propios deseos, con la posibilidad de preguntarnos ¿Qué quiero realmente?[5] El pacto de cumplimiento de los mitos anula nuestra singularidad, nos marca las pautas para hacer, desear, soñar, proyectar.

Pensemos en las feminidades: ¿Cuántos mandatos giran en torno a “ser mujer”? `“Una verdadera mujer es madre”; “calladita te ves más bonita”; “qué lástima que estás sola, tendrías que conseguirte un novio”; “solo una madre entiende el llanto de su bebé”; “estás más flaca, muy linda”; “sin vos no puedo vivir, no sé qué me pasó, no va a volver a pasar, te lo prometo”; “¡cómo te cuida! Te lleva y trae de todos lados”; “hacete desear, nada de sexo en el primer encuentro”; “el amor todo lo puede y todo lo perdona”; “si mi familia está bien, yo estoy bien”; “las mujeres tienen vagina”…. Se me ocurren mil frases más, seguramente a ustedes también, frases de nuestra cotidianeidad.

La misoginia, los micro machismos, nuestra propia capacidad de autopostergación o de repetir un discurso que nos perjudica: los mitos también tienen que ver con esto.

En 1992, Ana María Fernández publica el libro “La mujer de la ilusión” donde, entre otros temas fundamentales para los estudios de género, desarrolla los principales mitos que giran en torno a las feminidades: “Mujer = Madre”, “Pasividad erótica femenina” y “Amor Romántico”. Cada uno de estos mitos tiene un origen y un impacto directo o indirecto en nuestras vidas, ya sea en la construcción de la “identidad  femenina” (prometo poner en cuestión esto y mucho más en las siguientes entregas) o por el lente con que vemos a las feminidades que nos rodean.

Insisto en recordarles que estos mitos comprenden un fuerte sesgo binario, cis hetero patriarcal con el que se construye una ficción en que todo lo que no se encuadre en este marco es malo, enfermo o simplemente no existe; llamaremos a estas modalidades de segregación, mecanismos de demonización, patologización e invisibilización respectivamente.

En las siguientes tres entregas, les propongo que juntes pensemos cada uno de estos tres mitos (Mujer=madre, pasividad erótica y amor romántico) en relación a tres ejes: ¿En qué consisten? ¿Cómo aparecen en la actualidad? ¿Cómo trascienden?

Pero un aviso antes…Una vez que los conozcas, ya no hay vuelta atrás, nunca más podrás hacerte le distraide.

Nos encontramos la próxima.


[1] Depositar energía emocional, deseos, aspiraciones y anhelos en, por ejemplo, ciertos objetos, personas, representaciones y no en otros.

[2] “La mujer de la Ilusión”. Pág. 243

[3] “La mujer de la Ilusión”. Pág. 243

[4] “La mujer de la Ilusión”. Pág. 241

[5] Conversaciones con Mg. Graciela Reid (2020)

Texto: María Luján Costa. Licenciada en psicología (Universidad de Buenos Aires). Diplomada en género, sociedad y políticas (Flacso). Docente Cátedra “Introducción a los estudios de género” D. Tajer (Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires). Adjunta Cátedra “Perspectiva de género” D. Tajer (Facultad de Psicología, Universidad ISALUD). Red de Psicologxs Feministas. Miembro de Spot Consultora en género y diversidad.

Obra visual: Flor Venditti. Ilustradora y diseñadora de indumentaria (UBA). Instagram: @florilustrame